1842241
Hacía tiempo que no me acercaba por ese lugar, sin embargo siempre pensé que tenía un encanto especial. Esos días se celebraba una boda en el pueblo, y, como siempre, habían engalanado las calles. Viejos amigos y nuevos reencuentros, planificaciones absurdas a cerca de bromas pesadas para los inocentes novios. Vestido caro y a mi gusto, después de hacía tiempo también. De repente, comienza una gymkhana por todo el lugar de la celebración. Inexplicablemente la mayor dificultad está en subir por unas barras de hierro pintadas de colores. Al principio parece sencillo, aunque los tacones lo dificultan bastante. Sin embargo, como en el comer y el cantar, todo es empezar. Y subiendo subiendo me veo trepando por una barra roja absolutamente vertical. La única manera de subir ahí es retorciendote como una serpiente. Y, sinceramente, no sé porqué tengo tanto empeño en ganar. Un par de giros de rodilla aluden a mi inexistente elasticidad, pero consigo llegar arriba, aunque mi mirada se fije ahora en los metros y metros de hierro de colores que aún viven a mis pies. Una señora con cara de hacer empanadillas a diario me ofrece un cartón donde pone: 1842241. Eso significa que he ganado. Ante una insatisfacción personal absoluta, como si una subiese por esos sitios todos los días, me voy a recoger mis zapatos a la parte de abajo. Cuando llego el resto del mundo me mira con asombro y come pestiños y nevaditos. Y yo solo tengo ganas de hincarle el diente a uno de esos blanquitos manjares.
Claro, una se levanta después de tanto ejercicio con la cabeza como un bombo pensando : ¿¿¿a qué santo he soñado yo todo esto??? En fin... llamaremos a Mulder...